Hace algunos
días se puso de manifiesto un estudio de la Universidad Estatal de San
Francisco, en el cual se determinó que la clave para una vida feliz son las
experiencias que generen buenos recuerdos, antes que la compra compulsiva de cosas
materiales.
Dicho estudio
concluyó algo que ya hemos resaltado en este blog, que la emoción por adquirir
cosas materiales desaparece al poco tiempo, mientras que las experiencias se
quedan con nosotros para siempre en forma de recuerdos.
Se sabe, a
base de encuestas, que tendemos de manera progresiva a devaluar las cosas
materiales casi al instante posterior de haber sido adquiridas, tanto así que
en poco tiempo dejarán de tener valor para nosotros. Una vez que nos adaptamos
al objeto adquirido, deja de tener valor y empieza a tener un deber, una
obligación con nosotros hasta que llega el momento en que nos aburrimos de
ellas.
No es
necesario hacer largos o costosos viajes para obtener experiencias de vida placenteras.
Pueden encontrarse cuando haces las cosas que te gustan, aunque claro, si es algo
cotidiano el recuerdo puede perderse entre la multitud.
Cada vez que
puedo me doy una escapada a la playa. No importa que sea invierno, lo que me gusta es
disparar mis sentidos y tener un poco de contacto con la naturaleza, oir, mirar
y sentir el mar, la arena, la brisa.
El Club
Rinconada tiene su sede de playa en el km 71 al costado de lagunas. Cuesta
poco más de 40 minutos para llegar, parando 5 minutos en el camino para comprar
aquellos deliciosos panes artesanales que alguien puso de moda y que en verano
debes hacer una cola de 40 minutos para tenerlos en la mano.

¿Qué haces en
la playa en invierno? me preguntan. Nunca fui a la playa a tomar sol,
así que eso es lo de menos. La sensación de paz y tranquilidad que dan el mar, arena,
los irreverentes pajarracos que por cientos reposan en la orilla y la brisa, es
suficiente para ir apenas la oportunidad se descuide.
El día empieza
con reñidos partidos de slow tenis, en los que mas te la pasas recogiendo la
pelota que constantemente se va fuera de la cancha. Luego el partido de frontón
en los que más que puntos magistrales, resaltan las risas por fallos imprecisos
que hacen parecer un show de mimos. Luego de ello sigue el partido de fútbol
que termina en la definición de penales que genera una emoción estresante cual
final del mundial y en los cuales la amistad está momentáneamente pendiente de
un hilo por las piconerías innecesarias.
A medio dia finaliza la miniolimpiada y toca chapuzón marítimo. Con el
frio que hace, no queda otra que un
cabezazo limpio y correr rápido a la toalla.
En ésta época las gaviotas están en
su etapa reproductiva, asi que no es raro encontrarse con alguna empollando en
plena orilla, lejos del mar, unos huevos tan grandes como pelotas de golf.
Normalmente cuando nos acercamos salen corriendo hacia la orilla para
refugiarse con su grupo de amigas, pero hubo una bien osada, que se levantó y
vino directo alzando su pico de aprox 10 cms, con una actitud agresiva
que me hizo salir corriendo con la dignidad herida de muerte, ante las risas
del respetable.
Caminar sin zapatos y
sentarse en la arena es algo tan simple como placentero, tan cotidiano que lo
desvalorizamos, algo que siempre hemos hecho pero que pocas veces hemos
apreciado. Uno se da cuenta de lo que le gusta estar en la arena cuando regresó
de las vacaciones. Como todo en la vida, es algo que se aprecia cuando ya no se
tiene ahí. Y eso es lo que trato de hacer, no esperar el mañana para
recordar el ahora, sino poner todos mis sentidos en lo que hago y si es algo
tan simple que me da tanta calma, trato de compenetrarme al máximo con el
momento.
Trato de
aprovechar todas las oportunidades de disfrutar y lo que antes era cotidiano, normal y regular, ahora es extraordinario y alucinante. Sentir la arena,
sentir y mirar el mar, oir a las gaviotas conversando entre ellas (o a
nosotros) son de las cosas que más me hacen sentir que la vida es algo que se puede saborear
intensamente, como un delicioso bocado de la torta más rica.
Luego de un
par de horas de arena y paz, decidimos subirle un poco la adrenalina
con piques amateurs recorriendo los 5 kms de playa en camioneta, sintiendo como
patinan las llantas en el terreno inestable de la arena, muchos concordarán
conmigo que, sin saber exactamente la razón, manejar en la arena es pajolasa. Lo probé como
juego, ya no lo pude dejar y cada vez me vuelvo más adicto. Que de divertido
hay en eso? No lo sé, pero es hipermega chévere! Y claro que es razón de peso
para ir a la playa una vez al mes.
A golpe de 4-5
el hambre empieza a arreciar, asi que volvemos para prender la parrilla
estratégicamente diseñada frente al mar. El olor a carbón quemado es tan
sugestivo que es difícil no iniciar la perdición con chilcanos de distintos
sabores que luego se acompañarán de carnes y verduritas de amplia gama, entre
conversaciones cada vez más lacas de profundidad pero más fuertes en alegría,
que es lo que trae el alcohol fusionado con el ambiente.

El día termina
cuando se apaga el último leño y me voy a dormir más feliz que una lombriz. Claro, la compañía también importa mucho.
Como sería tu
dia ideal? Piénsalo, hazlo y repítelo!
Mi post favorito
ResponderEliminarGracias! uno de mis preferidos tambien
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