Todavía no estaba de moda cuando empecé a los 22
años. No porque tuviera ganas sino por necesidad, ya que mis fines de semana eran
muy movidos. Salía
como mínimo los viernes y sábados hasta el desayuno en la tia veneno de turno o
en el hiperfamoso Campeon de la Av.
Aviación, donde a partir de las 4 am tenias que hacer cola para comerte un muy sospechoso
sánguche bañado en salsas que ni con 5 servilletas te salvabas de ahogarte en
ellas y apuntillado con corteza frita de papa, que le llamaban dulcemente “papitas al hilo”, pero en realidad era sólo hilo pero nada de papitas.
Las madrugadas mas delicadas
iba uno a saber como terminaba comiendo los tacos con frejoles en la carcochita
(con aceite extra usado por décima vez en la última media hora). Otros avezados
preferían enterrar pico en el caldo de gallina 24 horas de la av. Aramburú.
Lo que tienen en común todos
estos sitios, es que si algún dia cometías la osadía de comer en pleno uso de tus facultades (porque
la otra vez a las 7 am estuvo buenazo, te acuerdas? te sopló tu traidora y perruna conciencia),te prometías nunca mas castigar tan cruelmente a tu sistema digestivo, que seguro
alguna vez se rebeló con justa razón y te recordó, por las malas, quien mandaba.
Ello sumado a la intensidad
con la que vivia y que me obligaba a beber como si de eso dependiera la
producción de oxigeno del planeta, con la guinda de la cantidad de erógenos que
fumaba, alrededor de 2 cajetillas por fin de semana, una el viernes
y otra el sábado; producía una rajona dolorosa de la que pensaba que nunca me
recuperaría y que hacia que le
prometiera a la Sarita que si salia vivo de esa sería voluntario en la próxima Teletón
o campaña de ponle corazón. Y sin embargo
fumaba poco en comparación con la mayoría de mis fieles compinches de
trasvase de alcohol de la destiladora hacia la garganta.

El lunes mi sistema motriz
empezaba a reactivarse con cautelosa lentitud. El caminar leeeento, reaccionar al
tercer bocinazo requiriéndome que salga de la pista del carro que estuvo a punto de atropellarme. Situación que insertaró mi estúpida creencia de odio
hacia los lunes.
Hasta que un dia me di cuenta
que no podía subir 3 pisos por las escaleras porque llegaba fulminado
de cansancio por la falta de aire y exceso de ..…. mmm digámosle “sánguches
con todas sus salsas transformados en energía blanda corporal que sólo servía como
pretexto para comprar cinturones nuevos” . Y tenia 22 años.
Por aquella época yo tendría
aproximadamente unos 6 años yendo al gimnasio que quedaba atrás de mi casa, así
que no era una persona sedentaria, al contrario juraba y perjuraba que estaba siempre
listo para una convocatoria de última hora para representar a mi país
en cualquier disciplina de las olimpiadas especiales. Porque además de
ello, era regular participante de los campeonatos de futbol de los cuales me
enteraba, al nivel que muchas veces primero me inscribían y luego me avisaban
que tenia que jugar.
Al darme cuenta que me agitaba
por subir unos insignificantes escalones, comprendí que no era el sport Billy que
me imaginaba. Normalmente iba caminando al gimnasio quedaba a unas 4 cuadras de
mi casa, pero después de aquella experiencia empecé a ir corriendo para botar las
toxinas que me empujaba. La respuesta fue peor de lo esperado. Esas 4 cuadras
las terminaba hecho polvo. Con dolor lumbar y todo. 4 cuadras!!! Y si,
contrario a lo que pensaba, a mis 22 años tenia la resistencia física de una persona
de 80.
Se me hizo rutina correr esas
4 cuadras, hasta que luego de un tiempo me quedaron chicas y aumenté la
distancia con el parque que estaba en frente del gimnasio. Una vuelta al parque y las 4 cuadras hasta
casa y sentía que echaba las toxinas del fin de semana. De a pocos empecé a
tener mas resistencia y empecé a sentirme bien, me cambió el humor, sonreía mas
y ya no me cansaba al subir las escaleras. Hasta que un dia se me acercó el
dueño del gimnasio y sonriente me preguntó:
- Oye cuantas vueltas le das al parque?
- DOS! (nótese entonación orgullosa)
- Jajajajaja
Me dio una palmadita en el
hombro, se dio media vuelta y se fue burlándose de mis 2 vueltas al parquecito
de 300 metros. Pero porque se rie este? Que quiere que corra 1 km? Estará loco
1 km! ya no se cuenta en metros sino en KILOMETROS! La medida que te indica
donde está la playa a la que estás yendo hace 1 hora en carro.
Seguí corriendo mis vueltitas mientras que lentamente iba aumentando la distancia. Hacía rato había cumplido el
objetivo inicial que era limpiar las toxinas, pero la sensación al terminar de
correr era tan deliciosa que seguí y seguí. Entrenar en el gimnasio, jugar futbol, practicar artes marciales,
correr tabla, jugar frontón, jugar Ping Pong, jornadas de Play Station, hacer taxifuga o cualquier otro deporte que
hubiera probado, no se comparaban con la exquisitez de correr. Era de lejos, mucho
mas placentero. Así me fui enganchando.
Luego de algún tiempo decidí probar
en las ligas mayores: el pentagonito.
El primer dia aún corría en
buzo, polo de algodón y zapatillas nada recomendables para el trote. Hice 800
metros. Ahora que lo pienso me da risa también, como aquella vez riose de mi el
dueño del gimnasio. Pero igual la sensación de placer era
como uno de aquellos momentos que te sacan conejo y te dejan
despeinado.

Las endorfinas y serotoninas
que liberas son tan adictivas que sigues y sigues y tu cuerpo aumenta en masa
muscular y resistencia cardiovascular. Cada vez se te hace mas corto el tramo y
mas intensa la sensación de bienestar y placer.
Esto hizo que paralelamente mi rendimiento en el gimnasio mejorara, que bajara mi porcentaje de grasa corporal, ya no habían esas
pesadas jornadas del lunes zombie, aumentó mi energía considerablemente
y hasta dormía mejor. Y obviamente y sin habérmelo propuesto, fumaba muchísimo
menos que cuando empecé.
Cada vez mi distancia aumenta
y mis tiempos disminuyen. El único “pero” que le pondría es que la necesidad de
correr es cada vez mayor y a veces antepongo mi rutina a mis actividades
sociales. Te sonaría ridículo escuchar “no voy a la reunión, porque prefiero
correr”? Pues tal cual.
Con la experiencia uno se va volviendo mas
exigente consigo mismo. Y lo que al inicio fue un hobby sin mayor exigencia, ha
mutado a una competencia con mi “yo” de ayer. Osea tengo que hacer mejor tiempo
del que hice ayer. Y al exigirme entro en debate conmigo mismo, pues cuando estoy
en nivel de exigencia mi cuerpo me implora que disminuya la intensidad y yo no
lo quiero hacer. Por mas exhausto que esté, tengo que seguir y mejorar.
Y es normal que mi mente
subconsciente me diga que ya no puedo, que estoy muy cansado y que mejor bajar
el ritmo, a lo que mi respuesta es que sí puedo, que siempre puedo dar más, que
a pesar de estar a punto de caerme de cansancio, sé que lo voy a hacer. La
primer señal de cansancio y orden de rendición nunca son definitivas. Siempre
se puede dar más.
Es un hábito con doble beneficio,
pues por un lado mejora mi estado físico y por otro mi estado mental, me hace
resistir y persistir cuando mi cuerpo hace
rato pide “chepi” y quiere renunciar.

Anímate, pruébalo. Correr es
fácil, sólo necesitas un parque para empezar, lo puedes hacer a la hora que quieras y es gratis. Eso sí, recomiendo encarecidamente invertir en buenas
zapatillas cada 600 kms. Seguro que te sentirás mejor que con otros deportes
que has probado.
No lo hagas sólo para bajar de peso. Hazlo para superar tus límites. Y nunca te rindas.
Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, en ambos casos tienes razón. - H. Ford.
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