Me levanté a
las 4:30 am porque el taxi pasaría 1 hora mas tarde ya que tenia que estar en
el aeropuerto a las 6 am. Cogió la Javier Prado, que a esa hora está totalmente
libre, lo que emocionó al buen taxista, quien al parecer estaba manejando bajo
las influencias del “pisa, pisa”. Más de
uno tendrá la fantasía de tener la Javier Prado vacia. Yo también hubiera
“pisado, pisado”.
Llegamos al
aeropuerto en increíbles 20 minutos. Fui rápido a la zona de embarque para
disfrutar de ese tiempo tan placentero en el aeropuerto previo al vuelo. Amo
los aeropuertos y sus tienditas super caras que venden cosas que no comprarías
en una tienda de la ciudad, pero en el aeropuerto si a pesar que sabes que no
las necesitas. El olor a café, los avisos en los altavoces, la gente sacándose
la ropa en los controles de seguridad, el sonido de las rueditas del carry on,
todo en conjunto hace que los aeropuertos sean de mis lugares favoritos. Sólo
de ida.
Mientras
espero el embarque, tomo un café aguado que por la coyuntura me sabe a gloria. Mi
vuelo salió puntual y aterrizó en Chiclayo justo en hora. Chapar un taxi a Pimentel dentro del
aeropuerto cuesta 25 soles, pero si caminas 15 metros hasta la puerta de
salida, te cobran 15 o menos si eres buen negociador. El camino dura poco menos
de media hora, sobretodo porque la gente se lo toma todo de una forma tan
tranquila, que los que vivimos en Lima no estamos acostumbrados. La carretera
vacia y no pasaba de 60 km/h. Seguro el taxista que me llevó al aeropuerto en
la mañana, contaminado por el tráfico limeño, hubiese llegado en 15.
La semana
anterior al viaje me la pasé googleando que se podría hacer además de estar en
la playa. La última vez que estuve por ahí el muelle de Pimentel daba pena por
lo viejo y descuidado. Pero lo habían remodelado y encontré videos provocativos
de gente tirándose del muelle.
“Eso quiero hacer”
pensé. “Me voy a tirar del muelle”.
Llegamos a
Pimentel sobre las 10:30 am. Luego de instalarnos e ir a comprar víveres para
el fin de semana, lo primero que hicimos fue ir al muelle para acabar con la
ansiedad. Una vez que tomas una decisión ya no te echas para atrás, así que
mejor acabar con el sufrimiento.

El muelle es
de madera, con soportes metálicos y barandas ambos lados. Tiene banquitas en
los costados para los románticos y unos faros de luces que le dan ese aire
tenebroso cuando lo miras de lejos por la noche. Dentro tiene una cafetería y
la final una tienda en la que venden cosas que no vi por estar concentrado en
el show que estaba próximo a protagonizar. Hay chalecos salvavidas y flotadores
en casi todo el muelle, supongo que para ser lanzados en caso alguien con poca
pericia, caiga al agua.
Mientras
caminaba hacia el fondo miraba la altura sobre el mar, no parecía mucha, pero
claro, estaba psicológicamente protegido por las barandas. A pesar que me iba
concientizando que tan sólo eran unos 2 ó 3 metros de caída y que sería muy
fácil, los nervios iban en aumento. Todos tenemos un pecho pero casi nunca lo
sentimos. En este momento mi pecho se empezó a hacer notar.
No sé cuándo o
cómo empezó mi miedo por las alturas. Recuero muchas veces de niño, soñaba que
caía al vacío y me despertaba como rebotando en la cama, como si hubiese caído
de verdad. Cada vez que estoy en un edificio me cuesta asomar la cabeza hacia
el suelo, siento que me voy a caer y que todo a mi alrededor empieza a moverse,
a bailar. En España viví en un 9° piso, pero
me percaté de ello cuando ya estaba instalado. La ventana de mi cuarto
daba al patio central y cada vez que me asomaba me daba un vértigo que para que
les cuento. Decidí quitarme ese miedo sacando medio cuerpo fuera de la ventana
mirando hacia abajo una vez por dia, por unos segundos. Así me acostumbré y le
perdí el miedo a esa ventana. Pero cuando salía al balcón que daba a la calle,
me seguía dando la sensación que iba a caer y tenía que agarrarme fuerte de la
baranda y no miraba hacia abajo en línea
recta.
La gente en el
muelle miraba el mar o tomaba fotos desde una posición segura, detrás de la
baranda. Todos se veían tan tranquilos mientras mi pecho saltaba cada vez más.
Llegamos a unas escaleras que bajaban hacia una plataforma que disminuía la
altitud más de la mitad. Siguiendo la plataforma había una rampa empinada y
luego estaba el mar. En la plataforma había un pescador esperando suerte. Le
pregunté, súper decidido, que si por ahí se podía subir del mar hacia la rampa
que subía a la plataforma donde estábamos. Dada su afirmativa respuesta decidí que
ese sería el punto de “inmersión”.
Subí de nuevo
por la rampa hasta el muelle, me saqué la ropa y me metí por debajo de la
baranda justo para lanzarme. El pescador empezó a gritar riéndose “se va a tirar, se va a tirar”, justo lo
que necesitaba para que una banda de curiosos con cámara en mano se acercaran a
ver.
Una vez fuera
de la seguridad de la baranda, parado en la porción de madera de unos 40 cm que
la sobresale, miré hacia abajo y ya no me parecía tan bajito, ni tan facilito.
Puse los brazos en jarra por detrás de la espalda para agarrarme bien de la
baranda mientras no podía sacar la mirada de la porción de distancia que me
separaba del mar. Imposible que fueran 3 metros. Me dijeron que según como
estaba la marea, la altura era 6 a 8 metros. A esa altura ya no hay olas, pero
las ondas del mar se movían hipnóticamente como invitándome a saltar. Los
curiosos que tenían la cámara lista hablaban y hablaban, pero yo sólo escuchaba
al pescador que me gritaba “tírate lejos,
lejos del muelle”.

De 6 a 8 metros.
Es como tirarse de un banquito puesto en el tercer piso de un edificio. Osea como subir a un banquito en el techo de
un segundo piso. Hay gente que no tiene vértigo y no le da miedo. Una vez una
amiga cruzó de su balcón al de su vecino en un sexto piso, porque se les había
quedado la llave dentro. A mi la altura me hace sudar frio, de miedo.
10 minutos ahí
parado mientras la gente me decía que me tire o que me vaya por donde vine, pero que
haga algo!! Pero yo estaba con el corazón en la boca, sin poder moverme.
En mi cabeza
una lucha continua diciéndome que no iba a pasar nada, que no había mejor
sensación que la de superar un miedo irracional, pero mi cuerpo no se movía ni
un poquito, ni para delante, ni para atrás.
Hasta que por fin, se
movió.
(Fotos sacadas de la web https://www.facebook.com/muelle.de.pimentel/photos_stream)
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