No me gustan las multitudes, por eso no me gusta cuando el
gimnasio está lleno. Es que la sensación de no poder moverme a voluntad o
sentir invadido mi espacio. Pero lo que más joroba, son los que van al gimnasio
porque al parecer los botan de su casa.
Está el que va al gimnasio a ver Netflix el muy hijueputa.
Se sienta en las máquinas a ver Luis Miguel el muy cabrón, ocupando sitio
innecesariamente, totalmente desatendido de lo que sucede a su alrededor, y cuando le pides la máquina,
por estar con los audífonos y con la mente en la luna, se demora en darse
cuenta que le estás hablando y luego te mira a una velocidad absurdamente lenta.
No me jodas chaval,
si te botan de tu casa, ándate al parque a ver Luis Miguel. Encima, en lugar de
llevar su botella de agua, lleva su coca cola para acompañar el muy pendejo. Ya
en esas, le faltará poco para ir al gimnasio con canchita y hot dog. Da ganas
de ir por detrás, quitarle los audífonos rápidamente y gritarle : despierta!!
Se pegaría un salto hasta el techo. Pelao.
Luego está el reggaetonero. Chibolo de 18 años que llega al
gimnasio a bailar. Como ahora la música corre por Bluetooth, engancha su celu
al equipo y a escuchar a todo volumen, gritos de “mami te la como toda porque
la tengo bien dura” Tio, está bien que te guste tu música, pero las orejas no
son como los ojos, no podemos cerrarlas para evitar escuchar. Ya sabías que se
inventaron los audífonos?
Luego están las tías cotorras que van a sentarse a las máquinas
a conversar y a hacerse selfies. Me remito al caso del hombrecito con Netflix.

Mención especial para la empresaria. Señora hiper tierna de
unos 75 años, dulce como buena abuelita. Se acerca a pedir permiso para
utilizar máquina, luego directa te da su nombre, lo que por reciprocidad,
principio básico de influencia, te obliga a darle el tuyo. ¿A qué te dedicas? Me
dice con una sonrisa dulce y amable.
Soy consultor en liderazgo corporativo - le respondo.
Yo soy corredora – me dice.
De maratones? – le devuelvo torpe respuesta
Inmobiliaria, tontito – me corrige.
Le sonrio mientras en mi cabeza retumba la el recuerdo de mi
abuela.
Toma mi tarjeta guapetón, cuando sepas de alguien que quiere
vender, comprar, alquilar o lo que sea, me llamas, y te ganas tu comisión ah,
jijijiji – me dice tan dulce.
En 5 minutos ya me hizo querer adoptarla.
Luego se va, tan dulce y agradable, a conversar con otro.
Tu como te llamas? – le pregunta.
Al rato veo que saca otra tarjeta mientras le dice “me
llamas y cerramos”.
En 10 minutos la abuelita carismática ya había hecho
negocio.
Y yo yendo al gimnasio por años, y nunca saqué nada.
Dulce abuelita del gimnasio, me enseñaste mucho,gracias!
Necesitas otro nieto?
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