La cosa de las miradas, esas que te enseñan el alma, es
peligrosa. Cuando se encuentran 2
miradas que se mantienen un par de segundos solo, pero parece mucho más tiempo,
ambas personas se dicen, tal vez incluso de manera involuntaria, que hay algo
ahí. Y si conlleva una sonrisa adjunta, el destinatario se siente como bife a
la parrilla, al punto de meterle diente, con su buena ensalada y aji de la
casa.
Suelo tener ratos, momentos, de no bajar la mirada cuando siento
que alguien me mira. No es siempre, pero es como un juego a ver
quien la mantiene más. Con hombres no hay problema, al cabo de poco terminan bajando
la mirada. Normalmente gano. Y a mi que no me gusta ganar.
Con las mujeres la cosa es distinta. No todas evidentemente,
tristemente no las que quisiera, pero algunas mantienen la mirada y al rato me
sueltan boca sonrisa que me hacen pensar “ay ya la cagué” porque mi intención no
es darle alas a quien no va a poder volar. Si fuera la que me gusta me quedaría
pegado mirando, pero en estos casos suelo hacerme el locaso.
Lo bonito es cuando estás mirando a tu bendición, de forma
caleta, como siempre sin que se de cuenta y de ahí voltea y te clava sinvergüenza
mirada sostenida por varios segundos, y no una, ni dos, ni tres, sino unas varias
veces más.
Es riquisimo el comecoco que te haces cuando ello sucede “pero,
¿por qué me mirará así? ¿será por la misma razón que la mía o por otra menos
babeante?
La primera es casualidad, al segunda es porque ella querrá
confirmar sus sospechas, la tercera ya es consentida y a partir de la cuarta ya
es coquetería. Al menos asi lo siento yo, y claro, alguna vez la he cagado.
Esta chiquita es bien mirona, es muy fácil encontrarle la
mirada. El otro día estábamos ahí, donde siempre, haciendo lo de siempre,
cuando me dije “quiero decirle me gustas, sin palabras”. Entonces decidí hacer
el juego de la mirada inocente. La iba a mirar hasta que ella conecte su mirada
con la mía y cuando ello sucediera, iba a poner cara de asustado, voltear la
mirada muy rápido y negaría con la cabeza mientras miraba hacia el suelo.
Todo
esto, con mi inocente intención de hacerle creer que en mi cabeza estaba pasando
un pensamiento de remordimiento y vergüenza de haberme sentido ampayado con las
manos en la masa, in fraganti, en algo que no quería que nadie se diera cuenta.
Imagina que estás mirando a una persona que te gusta mucho
en silencio, pero no quieres que se dé cuenta. Si esta persona voltea y te
ampaya en una, tu carga de conciencia será tal, que pensarás que dicha persona te
ha leído la mente, justo de lo que pensabas mientras la mirabas. Es decir, creerás
que ya se dio cuenta que estás por ella a mil por hora.
Ella estaba a unos 3 metros de distancia, justo en frente
mio. Cuando la miré, no pasaron ni 2 segundos para que ella levante la mirada
del celular y me conecte visualmente. Fue perfecto, todo salió a pedir de boca.
En ese momento, puse mi cara de asustado de “uy se dio
cuenta que la estoy mirando con estupefacción” y giré la cabeza rápidamente para
fingir la absurdez del intento que no se diera cuenta. Vamos todo estaba
planeado. Mi intención era que ella piense que me había cogido in fraganti, y
que yo no quería que se diera cuenta, cuando en realidad era lo que quería.
Una vez que ella se dio cuenta que la estaba mirando, se
acercó y me empezó a hacer la conversa. Como diría Anibal Smith, me gusta
cuando un plan se concreta.
La secuencia de miradas libidinosas siguió, como en un
jueguito inocente, sonrisas iban y venían. Cuando yo me doy cuenta que el tema
va en doble sentido, me las doy de desinteresado, me gusta landear el asunto.
Mientras más larga la espera, más rico es el enganche.
Luego de unos días, cuando la mirada se había estandarizado,
sin haber hablado de ello, sin haber evidenciado nuestros deliciosos y
profundos deseos sexuales por el otro, sin si quiera haber hablado mucho, la vi
distraída en el teléfono, y para variar levantó la mirada y nos quedamos mirándonos
sin roche, sin sonreir, sin hablar, sin pestañear, sin sentir culpabilidad.
Mientras seguimos mirándonos, me le acerco lentamente, ella
abrió un poco los ojos, como sorprendida y nerviosa.
Cuando llegué donde estaba, habían sido unos 2 metros de
caminata con la mirada clavada, ella me sonríe y me dice que está “cansadita”.
Yo la sigo mirando sin sonreir, sin hacer caso a lo que me decía,
su cansancio era obvio, una excusa para llenar el vacío silencioso que reinaba
entre las miradas, ahora a corta distancia.
- Si nos seguimos mirando así, tarde o temprano uno de los
dos se va a terminar derritiendo, y hay muchas probabilidades que seas tu.
Le dije con toda la conchudez del mundo, porque la verdad, sentía
por dentro que el que se iba a derretir ya en ese momento, era yo, si es que ya
no había empezado a hacerlo, porque las rodillas me temblaban y el pecho se me
salía.
Cuando oyó eso, ella dibujó una super sonrisa tímida en su
carita linda, bajó la mirada mientras sus cachetitos se ponían rojitos y luego soltó
una dulce, tímida y baja frasesita:
- Eres un idiota - me dijo, mientras su sonrisa me daba la mayor alegría del año.
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