Se levantaba, se duchaba, se
cambiaba, se lavaba los dientes, tomaba sus cosas y se iba a trabajar. El
tiempo estimado de llegada a su oficina era de 25 minutos. Pero mientras el
tráfico aumentaba, puesto que la ciudad colapsaba por la enorme cantidad de
autos, su llegada a la oficina se ralentizaba.
Para intentar minimizar ello se
había instalado una gran cantidad de semáforos, algunos sin sentido pues en una
avenida de 30 cuadras, tener un semáforo cada 3 es medianamente cuestionable, más
aún cuando estos no están sincronizados. Entonces cada 3 cuadras le tocaba un
semáforo en rojo.
Como acto de supervivencia Dario se
había acostumbrado a pensar como taxista. Debía ver mas allá de lo evidente,
como León-O de los Thundercats. Intentaba infiltrarse por calles aledañas que
le dieran la posibilidad de avanzar mas rápido. Mayoritariamente la apuesta le
salía ganadora. Pero había otras veces que el tiro le salía por la culata y se
metía en un nudo del cual debía salir con paciencia (y en retroceso).

Salia del estacionamiento a nivel
trote 1, pasaba los tornos de seguridad y hacia cola en el ascensor. Una vez
dentro se dedicaba a mirar las caras de la gente. Todos se conocían ya que
laboraban para la misma empresa, pero a nadie le gustaba hacer contacto visual.
Lo más tímidos iban mirándose las rodillas, otros mirando la pantalla del
ascensor para ver si después del piso 2 seguía el 3 y después el 4 y así hasta el piso 20 en que se bajaban.
Otras mas espabiladas aprovechaban ese tiempo para terminar de maquillarse en
el espejo. Nunca falta el mañoso de la oficina que se arrima a propósito y
aquel al que la corbata le termina 3 dedos encima del ombligo.

Al medio dia la dulce hora de
almuerzo, el “caprichito del dia”. Risas entre conversaciones monótonas y
miradas envidiosas (y otras lujuriosas). Un rato de Facebook y Twitter en el
teléfono y de vuelta al juego: escritos, cuadros, solicitudes, llamadas,
reuniones, correos, firmas, etc.
Hora de salir. Esta vez no hay
tráfico en el estacionamiento de la oficina, pero ni bien puesta una rueda en
la calzada, las bocinas hacían preveer que no sería un viaje exento de
impaciencia.
El rato de gimnasio luego de la
oficina era sabroso y exquisito. Ejercicios, conversaciones, miradas cómplices
y traviesas. Sonrisa. Luego la ducha y
para casa. Las 9 pm y el dia se había terminado. Mañana sería otro dia. Un dia
distinto, pero exactamente igual.
Así de lunes a viernes, 48
semanas al año, todos los años hasta la jubilación.
Las casi 8 horas semanales que
pasaba en el tráfico, le daban la extraordinaria posibilidad de pensar si eso
era lo que quería hacer toda su vida y mayoritariamente la respuesta era
negativa. Sentía que se le estaba yendo la vida en una rutina que parecía programada
masivamente.

Todos los días dándole vueltas en
la cabeza sin animarse a tomar la decisión de vivir como él quisiera y no como
debía. Pero un dia se dio cuenta que le importaba tan poco si seguía en esa
oficina. No tenía porque hacer toda su vida algo que no le apasionaba. Estaba
viviendo como todo el mundo lo hacía, pero no como él hubiera planteado su vida,
si hubiera sido posible, antes de salir
del útero.
No iba a ser más una marioneta
corporativa hecha a gran escala, como un ejército de clones que se movían coordinadamente
hacia el mismo destino. Quería vivir haciendo lo a él le gustara. Sabía que la
felicidad no es vivir haciendo lo que queria, sino querer lo que hiciese.
En este punto Darío sólo tenía
claro una cosa: Escapar del estereotipo para vivir haciendo algo que le apasionara.
Unas 20 posibles pasiones se le aparecieron en la cabeza. Había que ir
descartando.
Así que la mañana siguiente, la
rutina se rompió. Se levantó, se duchó,
se cambió, se lavó los dientes, tomó sus cosas y fue a trabajar. 25 minutos
luchando contra el tráfico. Estacionamiento, ascensor y oficina. Y renunció,
con 30 días de anticipación como manda la legislación.
Y ahí estaba Dario, sin rutina
proyectada más allá de 1 mes. Con la inseguridad que ello genera. Sin la más puñetera idea de saber a
donde iria su vida. Pero feliz.
El siguiente paso, identificar
cual era su meta de vida: si poner el chiringuito en la playa, o su cadena de
gimnasios, o su empresa de paseos marítimos, o vivir recorriendo el mundo o a
visitar a chespirito antes que la casque.
Mientras mas difícil es la
situación, más esfuerzo se pone en resolverla.
Atrévete y lucha por la vida que
sueñas. Si se puede, con esfuerzo, dedicación y confianza.
Marina Shifrin renunció a su trabajo, bailando
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