Todavía no estaba de moda cuando empecé a los 22
años. No porque tuviera ganas sino por necesidad, ya que mis fines de semana eran
muy movidos. Salía
como mínimo los viernes y sábados hasta el desayuno en la tia veneno de turno o
en el hiperfamoso Campeon de la Av.
Aviación, donde a partir de las 4 am tenias que hacer cola para comerte un muy sospechoso
sánguche bañado en salsas que ni con 5 servilletas te salvabas de ahogarte en
ellas y apuntillado con corteza frita de papa, que le llamaban dulcemente “papitas al hilo”, pero en realidad era sólo hilo pero nada de papitas.
Las madrugadas mas delicadas
iba uno a saber como terminaba comiendo los tacos con frejoles en la carcochita
(con aceite extra usado por décima vez en la última media hora). Otros avezados
preferían enterrar pico en el caldo de gallina 24 horas de la av. Aramburú.