martes, 4 de agosto de 2015

Un dia ideal

Hace algunos días se puso de manifiesto un estudio de la Universidad Estatal de San Francisco, en el cual se determinó que la clave para una vida feliz son las experiencias que generen buenos recuerdos, antes que la compra compulsiva de cosas materiales.

Dicho estudio concluyó algo que ya hemos resaltado en este blog, que la emoción por adquirir cosas materiales desaparece al poco tiempo, mientras que las experiencias se quedan con nosotros para siempre en forma de recuerdos.

Se sabe, a base de encuestas, que tendemos de manera progresiva a devaluar las cosas materiales casi al instante posterior de haber sido adquiridas, tanto así que en poco tiempo dejarán de tener valor para nosotros. Una vez que nos adaptamos al objeto adquirido, deja de tener valor y empieza a tener un deber, una obligación con nosotros hasta que llega el momento en que nos aburrimos de ellas. 

Por el contrario, las experiencias gratificantes no pierden valor. Es muy importante para mantenerlas vivas, hablar de ello cada vez que podamos, porque al contar como disfrutamos, mantenemos el recuerdo activo y lo volveremos a disfrutar en menor medida, pero igual valedera,  que aquella originaria vez.

No es necesario hacer largos o costosos viajes para obtener experiencias de vida placenteras. Pueden encontrarse cuando haces las cosas que te gustan, aunque claro, si es algo cotidiano el recuerdo puede perderse entre la multitud.

Cada vez que puedo me doy una escapada a la playa. No importa que sea invierno, lo que me gusta es disparar mis sentidos y tener un poco de contacto con la naturaleza, oir, mirar y sentir el mar, la arena, la brisa.

El Club Rinconada tiene su sede de playa en el km 71 al costado de lagunas. Cuesta poco más de 40 minutos para llegar, parando 5 minutos en el camino para comprar aquellos deliciosos panes artesanales que alguien puso de moda y que en verano debes hacer una cola de 40 minutos para tenerlos en la mano.

El club tiene 26  bungalows con parrilla en la terraza frente al mar. Tiene 4 canchas de tenis, 2 de frontón, una de fútbol 8, piscina, 2 mesas de ping pong, fulbito de mano, sapito y zona de juegos para niños en el jardín del malecón. 

¿Qué haces en la playa en invierno? me preguntan. Nunca fui a la playa a tomar sol, así que eso es lo de menos. La sensación de paz y tranquilidad que dan el mar, arena, los irreverentes pajarracos que por cientos reposan en la orilla y la brisa, es suficiente para ir apenas la oportunidad se descuide.

El día empieza con reñidos partidos de slow tenis, en los que mas te la pasas recogiendo la pelota que constantemente se va fuera de la cancha. Luego el partido de frontón en los que más que puntos magistrales, resaltan las risas por fallos imprecisos que hacen parecer un show de mimos. Luego de ello sigue el partido de fútbol que termina en la definición de penales que genera una emoción estresante cual final del mundial y en los cuales la amistad está momentáneamente pendiente de un hilo por las piconerías innecesarias.

A medio dia finaliza la miniolimpiada y toca chapuzón marítimo. Con el frio que  hace, no queda otra que un cabezazo limpio y correr rápido a la toalla.

En ésta época las gaviotas están en su etapa reproductiva, asi que no es raro encontrarse con alguna empollando en plena orilla, lejos del mar, unos huevos tan grandes como pelotas de golf. Normalmente cuando nos acercamos salen corriendo hacia la orilla para refugiarse con su grupo de amigas, pero hubo una bien osada, que se levantó y vino directo alzando su pico de aprox 10 cms, con una actitud agresiva que me hizo salir corriendo con la dignidad herida de muerte, ante las risas del respetable.

Caminar sin zapatos y sentarse en la arena es algo tan simple como placentero, tan cotidiano que lo desvalorizamos, algo que siempre hemos hecho pero que pocas veces hemos apreciado. Uno se da cuenta de lo que le gusta estar en la arena cuando regresó de las vacaciones. Como todo en la vida, es algo que se aprecia cuando ya no se tiene ahí. Y eso es lo que trato de hacer, no esperar el mañana para recordar el ahora, sino poner todos mis sentidos en lo que hago y si es algo tan simple que me da tanta calma, trato de compenetrarme al máximo con el momento.

Trato de aprovechar todas las oportunidades de disfrutar y lo que antes era cotidiano, normal y regular, ahora es extraordinario y alucinante. Sentir la arena, sentir y mirar el mar, oir a las gaviotas conversando entre ellas (o a nosotros) son de las cosas que más me hacen sentir que la  vida es algo que se puede saborear intensamente, como un delicioso bocado de la torta más rica.

Luego de un par de horas de arena y paz, decidimos subirle un poco la adrenalina con piques amateurs recorriendo los 5 kms de playa en camioneta, sintiendo como patinan las llantas en el terreno inestable de la arena, muchos concordarán conmigo que, sin saber exactamente la razón, manejar en la arena es pajolasa. Lo probé como juego, ya no lo pude dejar y cada vez me vuelvo más adicto. Que de divertido hay en eso? No lo sé, pero es hipermega chévere! Y claro que es razón de peso para ir a la playa una vez al mes.

A golpe de 4-5 el hambre empieza a arreciar, asi que volvemos para prender la parrilla estratégicamente diseñada frente al mar. El olor a carbón quemado es tan sugestivo que es difícil no iniciar la perdición con chilcanos de distintos sabores que luego se acompañarán de carnes y verduritas de amplia gama, entre conversaciones cada vez más lacas de profundidad pero más fuertes en alegría, que es lo que trae el alcohol fusionado con el ambiente.

Cuando la luz natural está por acabarse, toca volver a la playa para seguir con la vedette de la jornada, la fogata. Acompañados por los diversos chilcanos que poco a poco van disminuyendo su contextura, encendemos un fuego que por ratos hipnotiza, es mirarlo y quedarse pegado con su coqueta danza amarilla que calienta la noche. Todo este ambiente envuelto por el sonido de las canciones más ricas. Que difícil sería la vida sin música, pero afortunadamente se vuelve muy fácil con ella. Es otro de los placeres que no recibe justo reconocimiento. La música es alegría, es vida, es ilusión. Trato de musicalizar todo lo que hago y de cuando en cuando tarareo un poco. No deberíamos esperar a estar felices para cantar, por el contrario deberíamos cantar para estar felices. Al cantar, bailar o sonreír, nuestro cerebro recibe la señal de que estamos felices.  

El día termina cuando se apaga el último leño y me voy a dormir más feliz que una lombriz. Claro, la compañía también importa mucho.

Como sería tu dia ideal? Piénsalo, hazlo y repítelo! 




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