La campana del recreo era sinónimo de felicidad. 15 minutos antes, avisados por algún
reloj metido de contrabando, porque teníamos prohibido llevar reloj al colegio, entre tantas otras cosas; y mientras la profesora se esforzaba por hacernos creer que un señor llamado
Alfonso Ugarte convenció a su caballo para que se tiren juntos por el morro de Arica
porque querian mas a una bandera de trapo que a su propia vida; uno de nosotros ya estaba haciendo la lista
de los equipos que se enfrentarían en una nueva versión de la final cotidiana del mundial
de fulbito del recreo.
Al sonar la campana salíamos
disparados al patio a jugar con una pelota de trapo. Si, de trapo, ya que nadie
se atrevía a llevar la pelota nueva que le habían regalado pues los grandotes
de quinto de secundaria nos la quitaban y después de camotearnos un rato se la llevaban a
su casa con total impunidad. Asi que una media vieja con papeles dentro fungía de
“Brazuca”.