Eran aproximadamente las 6 de la tarde
de aquel domingo pre-veraniego cuando subimos las petacas al carro, acomodándolas
con cuidado para evitar derramar el líquido elemento en un bache, rompemuelle o frenazo intempestivo,
porque con eso me hubiera dado un chucaque que me hubiese quitado todas las
ganas antes de empezar.
Una vez dentro, con el brazo cansado
de cargar el material, porque creo que de la emoción se nos pasó la mano con
las cantidades, iniciamos la búsqueda de nuestro objetivo.
A pesar de haberlo planeado días antes,
en el momento de la verdad no sabíamos por donde empezar, asi que al principio parecíamos
un taxi perdido que busca un pasajero de donde sea para salir con algo de
dinero del lugar inhóspito en el que se encuentra. Entonces para en cada
esquina para mirar y pensar que hacer y va lentísimo y un poco desorientado.
Asi estábamos.