jueves, 15 de mayo de 2014

Diariamente, mensualmente, anualmente

Se levantaba, se duchaba, se cambiaba, se lavaba los dientes, tomaba sus cosas y se iba a trabajar. El tiempo estimado de llegada a su oficina era de 25 minutos. Pero mientras el tráfico aumentaba, puesto que la ciudad colapsaba por la enorme cantidad de autos, su llegada a la oficina se ralentizaba.

Para intentar minimizar ello se había instalado una gran cantidad de semáforos, algunos sin sentido pues en una avenida de 30 cuadras, tener un semáforo cada 3 es medianamente cuestionable, más aún cuando estos no están sincronizados. Entonces cada 3 cuadras le tocaba un semáforo en rojo. 

Como acto de supervivencia Dario se había acostumbrado a pensar como taxista. Debía ver mas allá de lo evidente, como León-O de los Thundercats. Intentaba infiltrarse por calles aledañas que le dieran la posibilidad de avanzar mas rápido. Mayoritariamente la apuesta le salía ganadora. Pero había otras veces que el tiro le salía por la culata y se metía en un nudo del cual debía salir con paciencia (y en retroceso).


Normalmente llegaba 5 minutos antes de la hora de ingreso, pero otra comparsa le esperaba en el estacionamiento de la oficina. Una pequeña cola de autos intentando estacionar. Algunos lo lograban sin mayor demora, pero había otros para los que era un reto difícil de superar, sobretodo cuando se daban cuenta del tráfico que estaban originando, lo que generaba mayores nervios y algunas algunos tiraban la toalla, pues se hacían a un lado para que pasen lo demás y ya estacionarían cuando nadie estuviese mirando, aunque ello signifique llegar a su cubículo a las 10 de la mañana.

Salia del estacionamiento a nivel trote 1, pasaba los tornos de seguridad y hacia cola en el ascensor. Una vez dentro se dedicaba a mirar las caras de la gente. Todos se conocían ya que laboraban para la misma empresa, pero a nadie le gustaba hacer contacto visual. Lo más tímidos iban mirándose las rodillas, otros mirando la pantalla del ascensor para ver si después del piso 2 seguía el 3 y después el  4 y así hasta el piso 20 en que se bajaban. Otras mas espabiladas aprovechaban ese tiempo para terminar de maquillarse en el espejo. Nunca falta el mañoso de la oficina que se arrima a propósito y aquel al que la corbata le termina 3 dedos encima del ombligo.

Bajaba en su piso, entraba a su oficina, saludaba a los pocos que había ahí (pues los demás aun estarían estacionando, en el mejor de los casos) y empezaba la rutina laboral: escritos, cuadros, solicitudes, llamadas, reuniones, correos, firmas, etc. A pesar de hablar el mismo idioma y trabajar en la misma compañía, había días en que parecía que la gente no entendía que tenían que empujar el carro hacia la misma dirección. Los egos pesaban mas que la solidaridad corporativa y mientras mas alto el cargo, mas alto el ego.

Al medio dia la dulce hora de almuerzo, el “caprichito del dia”. Risas entre conversaciones monótonas y miradas envidiosas (y otras lujuriosas). Un rato de Facebook y Twitter en el teléfono y de vuelta al juego: escritos, cuadros, solicitudes, llamadas, reuniones, correos, firmas, etc.

Hora de salir. Esta vez no hay tráfico en el estacionamiento de la oficina, pero ni bien puesta una rueda en la calzada, las bocinas hacían preveer que no sería un viaje exento de impaciencia.

El rato de gimnasio luego de la oficina era sabroso y exquisito. Ejercicios, conversaciones, miradas cómplices y traviesas. Sonrisa.  Luego la ducha y para casa. Las 9 pm y el dia se había terminado. Mañana sería otro dia. Un dia distinto, pero exactamente igual.

Así de lunes a viernes, 48 semanas al año, todos los años hasta la jubilación.
 
Las casi 8 horas semanales que pasaba en el tráfico, le daban la extraordinaria posibilidad de pensar si eso era lo que quería hacer toda su vida y mayoritariamente la respuesta era negativa. Sentía que se le estaba yendo la vida en una rutina que parecía programada masivamente.

Pero que iba a hacer? Es lo que tenia que hacer, pasarse la vida trabajando para una compañía que lo vestia como pingüino, que se enriquecía con el trabajo que el hacía y que lo iba a jubilar en cuanto tuviera la posibilidad. Como hacía todo el mundo. Y nadie se quejaba por ello. Sólo Darío. Al parecer.

Todos los días dándole vueltas en la cabeza sin animarse a tomar la decisión de vivir como él quisiera y no como debía. Pero un dia se dio cuenta que le importaba tan poco si seguía en esa oficina. No tenía porque hacer toda su vida algo que no le apasionaba. Estaba viviendo como todo el mundo lo hacía, pero no como él hubiera planteado su vida, si hubiera sido posible,  antes de salir del útero.

No iba a ser más una marioneta corporativa hecha a gran escala, como un ejército de clones que se movían coordinadamente hacia el mismo destino. Quería vivir haciendo lo a él le gustara. Sabía que la felicidad no es vivir haciendo lo que queria, sino querer lo que hiciese. 

En este punto Darío sólo tenía claro una cosa: Escapar del estereotipo para vivir haciendo algo que le apasionara. Unas 20 posibles pasiones se le aparecieron en la cabeza. Había que ir descartando.

Así que la mañana siguiente, la rutina se rompió.  Se levantó, se duchó, se cambió, se lavó los dientes, tomó sus cosas y fue a trabajar. 25 minutos luchando contra el tráfico. Estacionamiento, ascensor y oficina. Y renunció, con 30 días de anticipación como manda la legislación.

Y ahí estaba Dario, sin rutina proyectada más allá de 1 mes. Con la inseguridad que ello genera. Sin la más puñetera idea de saber a donde iria su vida. Pero feliz.

El siguiente paso, identificar cual era su meta de vida: si poner el chiringuito en la playa, o su cadena de gimnasios, o su empresa de paseos marítimos, o vivir recorriendo el mundo o a visitar a chespirito antes que la casque.

Mientras mas difícil es la situación, más esfuerzo se pone en resolverla.


Atrévete y lucha por la vida que sueñas. Si se puede, con esfuerzo, dedicación y confianza.


Marina Shifrin renunció a su trabajo, bailando

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