He conocido, sin querer queriendo,
que es la forma más deliciosamente embaucante pues te agarra desprevenido, a
una chica encantadora.
Como suelo ser, no sé porque mi
naturaleza es así, cuando diviso una chica con un intensa belleza física, tiendo
a retraer, contra mi real querer por supuesto, todo atisbo de alago o amistad
forzada, incluso le hago entender que para mi casi no existe, ya que entiendo que suele estar acostumbrada a
los “babas” término distinguido en España para referirse a aquellos galanes tira
labia que se saben todos los adjetivos magnificadores de la belleza femenina
que van desde “diosa” hasta “princesa” dejando en medio unos varios más. Es decir, siento que es una chica acostumbrada
a que se le tiren a los pies, y hacer lo mismo sería entrar en el común
denominador siendo igual a todos, sin destacar, ocasionando que mis
posibilidades, aunque remotas, disminuyan.
Es paradójico, e incluso puede
ser estúpido, pensar que para que se fije alguito en mi, tengo que hacerle
entender que me es indiferente. A veces funciona, otras no tanto.
La primera vez que la vi, sentí
como mis ojos se abrían en una clara expresión de admiración mientras mi
mandíbula se descolgaba con un pequeño “crack” sonando coquetamente. La miré
con intensidad durante unos pocos segundos, escaneándola mientras mi cerebro
intentaba recabar información de la susodicha de la forma más rápida posible.
El veredicto fue: a esta no le
hablo, no la miro, no cierro distancia a menos de 50 cms y de ser posible corre
al aeropuerto, toma un vuelo a indonesia y empieza una nueva vida. El diagnóstico
se reflejó en sus calculados 23 años de edad.
Si bien es cierto hace algún
tiempo conocí a algunas chicas menores que me hicieron probar el delicioso y
adictivo elixir de la candidez y la ternura, esta vez era demasiado. Fue como
si alguien se hubiese metido en el rincón más recóndito de mi cerebro para
desenterrar mis más morbosos deseos ocultos, procesándolos a fuego lento y el
producto me lo estaba exponiendo maliciosamente en el mundo real. Las fantasías
están para ser fantasías, que luego se rompe la piñata y ves que no tenia los
dulces que pensabas.
La seguí viendo ocasionalmente,
siempre resistiéndome como feroz soldado a los ataques del poderoso y bélicamente
mejor preparado enemigo. Un cuerpo lindo, un pelo precioso y unos ojos grandotes
que parecen 2 caramelos recién chupaditos que brillan a la distancia.
La dinámica relacional siempre
fue la misma: sin hablarle, sin estar muy
cerca a ella y por supuesto sin mirarla directamente a los ojos para no quedar
paralizado y convertido en piedra, acatando similar táctica a la que nos enseñó
el buen Perseo para lograr su singular victoria ante la gorgona Medusa.
Aunque obviamente, cuando veía la oportunidad,
como delantero con desatado olfato de gol que siempre está al acecho para no
desaprovecharla, la miraba sin que ella diera cuenta, disfrutando el sabrosísimo
momento que se graficaba en sendos suspiros que hacían que mi pecho se inflara como
un globo inyectado de helio puro.
A veces me siento primitivo y
cavernícola cuando veo que soy controlado por la debilidad de mis ojos ante la
belleza física, algo realmente secundario y superficial que no le aporta mucho
valor a la humanidad de cualquier persona. Es sólo una cáscara. Pero si que
hace voltear a mirar, pero para mantener la mirad, debe haber algo más, el
contenido de la cáscara vendría a ser la proteína de la vida.
Un día no hubo chance, la vi y le
dije un “hola” que fue respondido de igual manera. Ya había hecho el contacto
que quería evitar. A partir de ahí ya no
podía quitar el saludo, era ya un derecho adquirido. La saludaba todos los días
que la veía, su respuesta fue siempre educada, pero seria.
La diferencia era cuando me iba,
me despedía de todos menos de ella, otra sinuosa actitud para confundir un poco
su cabecita. ¿le caigo bien o no le caigo bien?
Un día el impulso fue grande e
irresistible, me despedía de todos y ella estaba cerca de la salida, me acerqué
convencido, ella levantó la mirada seriamente, como suele ser, y le dije “chau”.
Se me quedó mirando y soltó una sonrisa tierna y preciosa, tímida y hermosa,
diciéndome con sus gestos que le encantaba que la haya notado al irme. Nunca
olvidaré esa tierna mirada y la sonrisa dulce que me derritió como un helado al
sol.
Mientras caminaba al carro, sólo disfrutaba
del placer que sentía en mi pecho en ese momento, era la primera vez que la
veía sonreir y nunca pensé que fuera de esa forma tan dulce y tierna. Pero
supe, que era el inicio de una hermosa pesadilla.
Siempre tuve claro, ya no lo
tengo, que nunca iba a pasar nada por la diferencia de edad, asi que no le
hacía mayor caso a los inquietos saltitos de mi corazón cuando ella pasaba por
mi lado. Hasta el que llamaremos el día “D”, para copiar el concepto militar
iniciado con el desembarco en Normandía en la II WW. El ataque inicia en el día
D.
Todos tenemos 2 ratoncitos
imaginarios que nos dicen lo que debemos hacer: en el hombro izquierdo el Ego
que nos dice lo que queremos oir “mírala, disfruta, hazlo, piensa en lo que
quieres” mientras que en el hombro derecho está la conciencia “piensa bien, sé
responsable, no la mires, para que te sirve mirarla, aléjate”
El día D, la vi y al toque saltó
el Ego “mírala, mírala” como siempre, esperé la presencia de la conciencia para
que me diga que no lo haga. El día D, la conciencia tardó en salir, y yo confiado
que me iba a inundar con su ecuanimidad como de costumbre, me dijo “si webón,
mírala, míralaaa”.
Entonces le hice caso, y aquí
estoy….
Continuará…..
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