jueves, 21 de agosto de 2014

El valor de una disculpa


Aún recuerdo con añoranza aquellas épocas en las que podía irme a la cama por la noche y salir de ella 10  o más horas después, y no porque quisiera, sino porque mis necesidades biológicas me obligaban.  Sino fuera por eso, me podía quedar mas rato babeando la almohada. 

Eran aquellas épocas en que tus máximas preocupaciones eran aprobar los cursos de la universidad y no quedar como un idiota por algo que hiciste y que no fue aprobado por tu irreverable grupo social que, en épocas en las que no había celulares con cámara ni redes sociales en las cuales se propaguen sorpresivamente rápido las fotos de tu ridículo como un virus apocalíptico, casualmente estaba justo en primera fila observando lo que luego considerarías tu descuartizamiento social.

Dormir esa cantidad de horas se me hace ahora tan utópico, casi alquímico. Hace mucho tiempo duermo de promedio unas 6 horas por noche. A pesar de  acostarme algún fin de semana a las 5 am, no podría dormir más allá de las 10 am. Y sin importar el dia que sea, me suelo despertar  cansado, con sueño y con ganas de seguir durmiendo, pero ya no puedo hacerlo.


Si a este fenómeno, que con su permiso llamare #porquecarajosnopuedodormirmas, le añadimos que hay días invernales (no infernales, que es distinto, aunque que para los efectos prácticos es lo mismo) en los que el frio es tan crudo y la mañana todavía tiene oscuridad nocturna, que no provoca en absoluto levantarse de la cama;  tenemos entonces que levantarme muy temprano  es casi una cuestión de estoicismo.

A esas horas entro a la ducha con misma la capacidad sensorial de los murciélagos de seguir un camino que no pueden ver, que en mi caso se trata de caminar con los ojos cerrados, casi siempre sin chocarme con el marco de la puerta o la mampara de la ducha.

Porque me despierto a las 6 am si se me hace tan difícil hacerlo? Porque a pesar que duerma 2 horas más, mi energía nunca será la misma que tengo luego de haber hecho ejercicio. Tal vez suene contradictoria la acción de despertarse mas temprano para tener más energía. Pero yo no funciono igual sin haber ido al gimnasio en la mañana. Tiene que ser lo primero que haga, sino me siento como oxidado, como que me falta aceite en las bisagras.

Normalmente no me gusta socializar en el gimnasio, me gusta hacer mi rutina lo más rápido posible. Pero es inevitable cruzarte con aquellas personas que se meten a un gimnasio con la única intención de entrenar los músculos de la lengua  y te agarran de terapeuta  improvisado de sus poco interesantes lagunas existenciales. Cuando eso me pasa, veo como la gente mueve los labios mientras mi atención está en el reloj colgado de la pared y el tramo de rutina que aún tengo por hacer. 

Pero sobretodo pienso que por más que me alegre la felicidad ajena,  por las prisas de la vida diaria a esa hora me importa muy poco que tu hijo ya haya acabado la universidad, que te hayas levantado a la hija de tu vecino, que el alcalde se haya puesto a hace obras a lo loco por la proximidad de las elecciones o que ya te hayas aprendido la coreografia del ras tas tas en la clase de baile del profesor aquel que cada dia se parece más  a Monique Pardo con un diente de oro. A esa hora me da igual todo. Ya haremos una reunión o algo especial para conversar intrascendencias.

Pero a pesar de esa prisa que me embarga todas las mañanas por terminar todo rápido y pasar al siguiente asterisco de la agenda, suelo perder tiempo preocupándome por los demás. En un gimnasio hay “X” instructores, pero muy pocos van por ahí revisando quien hace bien o mal un ejercicio. Y debido a la diversa cantidad de lesiones que he tenido, trato que la gente no siga haciendo mal algún ejercicio, que luego le repercuta en lesiones crónicas. Entonces, si veo gente que está haciendo un ejercicio mal, se lo digo con delicadeza. La mayoría lo toma de buena gana, claro, a mi también me gusta cuando alguien me ayuda. Pero no todos.

Hay un señor que va casi interdiario. Debe tener unos 45 años, muy gordito, va despeinado y en ropa que dentro de poco será su pijama favorita. Se parece a un oso cariñosito, pero con cara de mala hostia. Casi no entrena, demorará mas o menos 1 hora en hacer 3 máquinas, pues combina su rutina con sus idas al baño, sus conversaciones con la señora de los jugos, viendo la tele y tratando de no dormirse. Me hace pensar que alguien, su abuela, su mamá, su esposa, su hija o alguien, lo obliga a ir al gimnasio.

  •    Anda al gimnasio para que bajes tus niveles de colesterol y no vuelvas en 2 horas, como mínimo!!!


Y va de mala gana, a conversar, tomar jugo, ver tele, comer plátano y de paso ya pues entrena algo.  Un par de personas me han comentado que es medio raro, loco. Es como un niño en cuerpo de adulto.

Aquel dia, este señor estaba sentado en una máquina levantando tal cantidad de peso que tenia la espalda doblada en casi la misma cantidad de veces que se dobla un papel para jugar al comecocos o adivinador de papel. Yo lo vi luchando, sudando, mordiéndose los dientes y poco le faltaba para que se le reviente la vena de la frente. 

En una de esas el peso le ganó y no pudo seguir y soltó el manubrio y la máquina con todo el peso cayó haciendo muchísimo ruido. Todo el mundo lo vió, el lo sintió y se arrochó. Fue ahí cuando me acerqué y le dije que era mejor que le bajara el peso para que haga el ejercicio bien y no se lesione. Su respuesta fue, asumo por vergüenza, que si la máquina tenia hasta para ponerle 100 kilos, se le ponía.
  •      Piensa pe!! me dijo tocándose repetidamente la sien con el índice derecho.

Justo en eso, llega corriendo un instructor a decirle que estaba haciendo con mucho peso, que le baje. Yo le insistí que estaba doblando la espalda, que se iba a lesionar.
  •        Y tu quien eres, médico? además que no hay que andarse con   mariconadas de ponerle poco peso!
Su respuesta me dejó perplejo, encima que lo estaba ayudando! Osea ese hombre piensa que mientras más peso se carga, menos mariconcito se es, a pesar que ello le origine una lesión lumbar que lo tumbe en una cama en posición fetal por semanas.

Pero como ya he mencionado antes, a pesar de mis esfuerzos por llevarlo al ostracismo, hay veces que aún me gana mi lado caliente, picón.

Mi respuesta, inmediata e inmadura, fue que mi intención era ayudar, pues hablaba con conocimiento de causa porque he tenido una lesión lumbar y que además SI ERA MÉDICO, ERA TRAUMATÓLOGO. Al oir esto el hombre sólo atinó a decir ah! sin mirarme a los ojos.

Seguí con lo mio, cuando al rato me cruzo nuevamente con él, ahí si hizo contacto visual y saltó:
  •           que me miras, si quieres vamos afuera webón.

Yo me quedé helado, en verdad este hombre me está diciendo, como si estuviéramos en el colegio, vamos afuera? A pesar de las ganas de aceptar su propuesta para ir afuera a conversar amablemente sobre la teoría del conflicto de Galtung, me reí. Tal vez si no hubiese habido gente habría caído en el juego. Pero había mucha gente, así que respiré hondo y sonriendo le hice ver que una diferencia no se podía solucionar de esa manera, que se calmara y me cuente que le pasaba, que me interesaba saber porque reaccionaba así.  Cuando le dije eso, volteó y se fue mientras decía :
  •           ya pe, cuando quieras pe!
Mientras veía como su espalda se alejaba, un pata vino y me dijo:
  •           Oe no le hagas caso, ese está loco
Mientras volvía a mi casa, quise tratar de entender porque había reaccionado asi. Llegué a la conclusión que era una persona con muchísimos problemas, que le había dado roche el ruido que hizo con la máquina y que lo único que atinó a hacer para revitalizar su dignidad fue alzar la voz y ponerse a la defensiva. También pensé en mi reacción. Me reí, le sonreí y le pedí que me explicara el porqué de su actitud. Que orgulloso me sentí de mí. No caí en la provocación. Recuerdo aquellas épocas en las que dormía 10+ horas, tal vez hubiese respondido físicamente sin abrir la boca. Ya no.

Eso pasó hace aproximadamente 1 año. Seguí yendo puntualmente a cumplir mi rutina de antioxidamiento, pero el hombrecillo no volvió a aparecer hasta hace unos 3 meses. Hacia su misma rutina de ir al baño y tomar jugo. No me miraba, no hablaba con nadie, se le notaba moralmente hundido. Yo por más que le intentaba buscar la mirada, no la encontraba. Hasta que un buen dia, se me acercó y me saludó sonriendo, pero al segundo volvía su mirada hacia el suelo.

Un dia se armó de valor, vino y me ofreció disculpas.
  •  Nunca es tarde para pedir disculpas, no sé lo que me pasó ese dia que te dije para ir afuera, yo estaba rogando porque me digas que no. Yo no soy así. Me dijo.
  • No te preocupes, todos podemos tener un dia en el cual no estamos sintonizados con la armonía del universo y tener un desliz como ese. No se puede juzgar a alguien por tener un mal dia. No te preocupes. Fue mi respuesta.


Sonrió, pero siempre mirando al suelo, siguió con una conversación intrascendente. Me dijo que le dolia la rodilla, que a donde podía ir a verse, porque yo era médico. Le dije que vaya a la clínica mas cercana a su casa, y que yo no era médico, era abogado.
  •  Ahh, me equivoqué, ese dia entendí que eras médico, pero eres doctor de derecho.
  • No entendiste mal, te lo dije yo directamente en una infantil reacción ante tu extraña actitud. 

Desde ese dia, cada vez que me ve me dice “buenos días doctor” con su mirada esquiva y sonrisa insegura. Yo siempre he odiado que me digan doctor, porque no lo soy  y si lo fuera sería muy pretencioso anteponer a mi nombre, un título que no me da mayor valor. Y es muy atorrante, como los ingenieros que se presentan diciendo “Buenos dias, soy el ingeniero Perrin”.  Plop!!

El ingeniro Perrin, conversando con el Chapulin

Siempre he corregido a la gente, que no me digan doctor, que me llamen por mi nombre de pila. Pero a este hombrecillo aun no lo corrijo, tampoco es que le quiera hacer la pateria.

Hay gente que pide disculpas a través de sus acciones, pero sin decirlo. Sé que cuesta. Pero este hombrecillo, por mas tímido e inseguro que es, reconoció su error y vino a disculparse. 1 año tarde pero igual vale.

Habrá sido también su mamá, la que lo obliga a ir al gym, la que también lo obligó a disculparse?

Todos cometemos errores, pero pocos lo reconocemos. El simple hecho de ofrecer una disculpa hará que la gente nos vea con otros ojos. Aprendamos a ofrecer disculpas cuando sea necesario, porque aumenta muchísimo nuestro valor como personas.


Si recibir una disculpa es buena onda, el ofrecerla es mucho mejor. Uno se libera.  


Hasta los reyes se disculpan

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