miércoles, 11 de febrero de 2015

El síndrome de freiesleben

De pronto sintió la necesidad de aumentar la velocidad, para disfrutar del poder de su reciente estrenada camioneta negro metálico casi sin rasguños, alborotada con faros neblineros en todo el frente y el techo para alumbrar hasta el último rincón de la oscuridad, haciendo los cambios cada 40 metros hasta llegar a la sexta velocidad en tan sólo unos segundos, liberando una dulce sensación de adrenalina al verse sobrepasando a los 200 km/h en la calle 42, pasando con nulo interés por Times Square, haciendo caso omiso a los pocos semáforos que aún funcionaban, para llegar con la mayor rapidez posible, sin necesitarlo, al East River antes de las 11:30 de la mañana.

La sensación de libertad de poder transitar a tal velocidad en una avenida en la cual normalmente se hace a un máximo de 40 km/h debido al denso tráfico, le daba una satisfacción enorme, casi de sentirse el dueño del mundo. Y en cierto punto lo era, pero no de la manera que hubiese querido.


En el East River lo esperaba su portaaviones de uso particular, en cuya plataforma de despegue practicaba,  diariamente a las 12 cuando el sol estaba en su punto más alto, unos swings de golf propios de un aficionado con talento.

Luego iba al supermercado a recoger los productos que aun estuvieran en buen estado, sin necesidad de pagarlos, que servirán para acompañar en la mesa a la carne del ciervo que cazó con mucha pericia el dia anterior en las afueras de Central Park. Tenía la posibilidad de hacer lo que quisiera, nadie iba a juzgarlo, atacarlo, criticarlo o corregirlo. Hacía lo que le daba la gana.

La película se llama Soy leyenda. En los últimos años se propagó la moda de las películas apocalípticas, en las que sólo hay pocas personas sobre la tierra y debido al aburrimiento y la falta de control, hacen lo que quieren en un  mundo prácticamente para ellos. A quien no le gustaría por algún momento estar en el mundo sólo con sus amigos y familia?, El poder hacer todas esas cosas maliciosas que en algún momento se nos cruzan por la cabeza, da una deliciosa sensación de libertinaje.

Realizando los matices necesarios a los actos que van en contra de la ley y las buenas costumbres, es posible vivir haciendo lo que nos da la gana tal como se ve en estas películas, incluso con el beneficio de no tener que andar cazando ciervos para comer.

Uno de los límites mentales mas grandes que tenemos es el cuidado a lo que piensan los demás. En algún momento de nuestra adolescencia nuestro cerebro estableció un patrón de peligro cuando hacíamos e íbamos a hacer algo que no estuviera socialmente aceptado. Los adolescentes se vuelven depredadores psicológicos de aquél que hace o dice algo en contra de lo que el grupo mayoritario acepta. La cosa es reirse de alguien.

Fue ahí que empezamos a preocuparnos por la opinión de los demás, desarrollamos una necesidad de ser aceptados, de ser parte del grupo dominante. Todos hemos pasado por eso, en mayor o menor medida. Quien no ha tenido vergüenza de hablar en público? Las exposiciones en el colegio y en la universidad eran negativamente populares entre el Gentium. Incluso hay personas que en su época laboral mantienen su miedo de hablar en público, porque no quieren decir una tontería y quedar como un burro de orejas grandes que lo pondrán mirando al rincón, mientras es señalado y reido a sus espaldas.

Desde luego que hay gente que tienen menos vulnerabilidad, y tienen el poder de extrovertirse sin analizar las futuras consecuencia de sus actos. Tengo un amigo que alguna vez me lo encontré en el supermercado comprando sus abarrotes, cantando y bailando sólo, y cuando me vió sonrió y alzó un poco más el volumen de su gallosa melodía para luego acercarse a saludar. Y ese comportamiento era usual en él. A mi me parecía un tipo raro, tal vez dominado por el espíritu de un ser alienígena de un planeta ubicado en una galaxia muy muy lejana. Pero era muy divertido.

En mi caso particular llegué a desarrollar una rigidez en mi forma de hacer las cosas y sin darme cuenta mis actos siempre eran bien calculados para ver si serían aceptados. Para no pasar vergüenza, para no ser castigado con orejas de burro en el rincón. Cuando estaba dentro de mi zona de confort o círculo de confianza era relajado, pero cuando estaba fuera, era muy rígido, caminando calculando no caerme.

Un dia una amiga me dijo que le daba mucha importancia a lo que la gente pensara, yo le respondí casi automáticamente que nada que ver. Pero luego me di cuenta que tenia razón. El darle importancia a lo que piensan los demás es uno de los límites mentales mas fuertes, dejas de hacer cosas para evitar ponerte en la boca de los demás.

Pero la realidad es que a la gente no le importa si vas caminando por la calle y te caes de cara y se te ve toda el alma, se reirán porque es algo gracioso, pero de ahí seguirán su camino sin dedicar tiempo a juzgarte por ello.

Me llegué a dar cuenta que a la gente no le importa lo que hagas o no hagas, si un dia estás en el supermercado cantando, te van a mirar como si fueras loco, pero esas miradas ni duelen ni condenan. 

Siempre hay sus pocas excepciones. Por ejemplo, tengo 2 ó 3 amigos que se burlarán a mis espaldas por escribir mariconadas en un blog. Ellos están en su derecho de hacerlo, pero yo tengo el mío a que me importe un jocara.   Antes hubiera palidecido antes de escribir algo en internet, ahora me parece exquisito.
La vergüenza o el roche sólo lo tenemos nosotros, la gente no anda pendiente de que hacemos o que decimos para juzgarnos y si hay alguien que lo hace, la vergüenza es para dicha persona.

Hay un ejercicio muy sencillo para superar el roche o incluso el miedo al ridículo. Sólo para quien quiera mejorar en este sentido. Fílmate. Fílmate haciendo algo que jamás en tu vida pensaste que te verías haciendo, fílmate haciendo algo que te dé bastante vergüenza, haciendo el ridículo. Y mira luego el video tantas veces como sea necesario hasta que dejes de sentir vergüenza ajena del ser del video. Como todo en la vida, empezar es lo más difícil. Cuando te des cuenta que funciona puedes filmarte otra vez y otra hasta que quede cero residuo de sentimiento al ridículo dentro de ti. Ya si luego decides enseñar dichos videos a otra persona, estarás en un nivel superlativo.

Creo que todos hemos dejado de hacer algo que queríamos por roche o vergüenza.  Aquel que diga que no, miente y mucho. Hay gente que cuando va a la playa sume panza como condenado.  Es momento de superarlo, liberarnos de los límites y empezar a hacer lo que nos de la gana, eso si, siempre respetando la moralidad y buenas costumbres. Creo que a nadie le gustaría ver un calato caminando por la calle mostrando sus carnes sólo porque le dio la gana y no tiene vergüenza.

Así que si quieres participar en “Yo soy” tienes todo mi apoyo y mis felicitaciones anticipadas, yo lo haría si no cantara peor que Tongo.

Vive como si fueras la única persona en el mundo y nadie te viera, a nadie le importa lo que hagas. Y si hubiese algunos que si, ellos son los del problema.

Haz lo que te la gana, es tu vida, sólo te debes dar explicaciones a ti mismo cuando no haces lo que quieres.


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