domingo, 10 de febrero de 2019

Si fue más que un hasta luego

Cuando se cerró la puerta del ascensor me di cuenta que tal vez nunca más iba a estar ahí. Mientras bajaba hasta el sótano con mis 2 maletas bien cargadas, sentía un nudo en la garganta muy amargo que no me dejaba hablar.

Ella me apretaba la mano muy fuerte mientras me decía lo lindo que iba a ser cuando ella vaya, que íbamos a conocer mucho y viajaríamos a París y Roma. Con la mirada perdida en las maletas, no atinaba a responder.

Mientras miraba por la ventana las últimas imágenes melancólicas de la ciudad, sentía que quería bajarme del carro para perder el vuelo y decirle que mejor nos íbamos el fin de semana a la playa, a hacer parrilla y tomar chilcanos, como tantísimas veces.

Esperando la hora del vuelo en el food court del aeropuerto, me conversaba de lo traviesos que eran sus perritos, con la finalidad que se me vaya la tristeza. Yo sólo le sonreía, intentando no llorar. No comí nada de lo que me pedí, no tenía hambre.

Nunca me han gustado las despedidas, y ahora tenia que hacerlo de la persona que más quería, en teoría momentáneamente.

Nos despedimos en la puerta de la zona de embarque, nos abrazamos fuerte

-                - Te quiero
-                -  Yo también

La solté bruscamente, volteé y empecé a caminar sin mirar atrás con mi boarding pass en la mano. La cola en la puerta de embarque era muy larga. A los peruanos nos gusta hacer cola por gusto, que no estamos esperando la combi a la cual solo entran los primeros avezados, es un avión en el cual todos tienen su asiento predeterminado.  Pero ahí todos necios haciendo absurda cola. Seguro van a aplaudir cuando aterricemos.

Cuando el vuelo es largo escojo el asiento en el pasillo, cuando es corto en ventana. Este era un vuelo de 12 horas asi que me apunté al pasillo para salir a caminar cuando me provoque sin tener que estar despertando a mi vecino.

Mientras caminaba hacia mi asiento me preguntaba como seria mi compañero por las próximas 12 horas. Una vez me tocó uno que se le dio por chupar, se tomó sendas latas de cerveza en el vuelo, como si estuviera en una fiesta de fin de año. Y claro, yo era la puerta que tenía que mover para ir al baño a mear cada 2x3. Otra vez me tocó una señora de unos 65 años muy pitucona, que me miraba juiciosamente cada vez que osaba poner el codo en el descanso de brazos que nos separaba.

¿cómo no me toca una chica bonita con la que conversar durante 12 horas sobre la insoportable levedad del ser y la maravilla de conocer a alguien interesante de la manera más casual.

Pero seguro me iba a tocar un señor pasado de postres que se sacaría los zapatos, olorizando el ambiente y roncaría todo el vuelo.

Cuando llego al 21B, veo que hay una chica de unos 30 años, bonita que me sonrió al verme.

Me quedé parado para confirmar que ese era el gordito gracioso que me iba a acompañar durante mi vuelo. Confirmado, esa chica era el gordo.

Le devuelvo la sonrisa con cara de “how you doing” a lo Joey Tribbiani.

Era de Arequipa e iba a Barcelona a reunirse con su novio quien estudiaba un Máster en Dirección de Marketing.

De rato en rato, me pasaba la voz,

-Oye, pon esta película, esta buenaza!

-Oye, acabo de escuchar esta canción, te va a gustar

- Oye, me traje de contrabando una bolsa de papitas, pero no te voy a invitar jojojo.

Nuestro avión aterrizó en Barajas, y mientras la gente aplaudia, quedamos para ir a la puerta de embarque hacia Barcelona. En el camino se nos unió otra chica, que estaba yendo a vivir con su hermano.


Caminamos por la T4 mientras cada uno respectivamente llamaba a aquella persona especial para reportarle la regularidad del primer vuelo. Ellas 2 terminaron la conversación con un “nos vemos en un par de horas”. Yo terminé la mía con un “te prometo que nos vamos a volver a ver”.

Cuando llegamos a El Prat, sentí que ahí se me acababa la compañía y a pesar que ya conocía el país, estaría absolutamente solo en una ciudad en la que solo había estado antes unos 3 días y de la cual me acordaba poco.

Sacamos las maletas, salimos de la zona de embarque y ahí mismo se encontraron una con el novio, la otra con el hermano.

-          - Bueno, ya nos llamamos para cualquier cosa, voy a buscar un taxi que me lleve al hotel.
             -  No espera, vamos todos en el Aerobus – dijo el novio – Te deja en el centro.
-            - Ya, pero es que me deja ciertamente lejos del hotel y tengo par de prominentes maletas.

El bus llevaba a Plaza Cataluña y yo tenía que ir a Aribau con Diagonal.



Salí del aeropuerto sin tener la mas mínima idea de mi destino. Subí al taxi y le di la dirección.

Llevaba un pequeño canguro en el vientre debajo de la ropa con mi pasaporte y los euros que tenía en efectivo. En la billetera dejé unos 100 euros, por si acaso.

Cuando llegué al hotel, después del registro, lo primero que pedí fue la clave del wifi.

El cuarto era pequeño, el hotel oscuro y no había nadie en mi piso. Era un poco tétrico. Abrí las maletas y empecé a desempacar. Prendí la tele para que me acompañe el ruido y fui a la ducha.

Mientras ordenaba mis pensamientos sobre lo que se me venía, terminé la deliciosa ducha y luego bajé al supermercado que había al lado del hotel. Compré agua y algo para comer. Eran como las 9 de la noche y todo era muy oscuro.

Subí al cuarto, prendí la computadora y me conecté.

 -Ya llegué, le dije.
- Te extraño mucho, respondió.



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