Cuando se cerró la puerta del
ascensor me di cuenta que tal vez nunca más iba a estar ahí. Mientras bajaba
hasta el sótano con mis 2 maletas bien cargadas, sentía un nudo en la garganta
muy amargo que no me dejaba hablar.
Ella me apretaba la mano muy
fuerte mientras me decía lo lindo que iba a ser cuando ella vaya, que íbamos a
conocer mucho y viajaríamos a París y Roma. Con la mirada perdida en las
maletas, no atinaba a responder.
Mientras miraba por la ventana las
últimas imágenes melancólicas de la ciudad, sentía que quería bajarme del carro
para perder el vuelo y decirle que mejor nos íbamos el fin de semana a la playa,
a hacer parrilla y tomar chilcanos, como tantísimas veces.
Esperando la hora del vuelo en el
food court del aeropuerto, me conversaba de lo traviesos que eran sus perritos,
con la finalidad que se me vaya la tristeza. Yo sólo le sonreía, intentando no
llorar. No comí nada de lo que me pedí, no tenía hambre.
Nunca me han gustado las despedidas,
y ahora tenia que hacerlo de la persona que más quería, en teoría
momentáneamente.
Nos despedimos en la puerta de la
zona de embarque, nos abrazamos fuerte
- - Te quiero
- - Yo también
Cuando el vuelo es largo escojo
el asiento en el pasillo, cuando es corto en ventana. Este era un vuelo de 12
horas asi que me apunté al pasillo para salir a caminar cuando me provoque sin tener
que estar despertando a mi vecino.
Mientras caminaba hacia mi
asiento me preguntaba como seria mi compañero por las próximas 12 horas. Una
vez me tocó uno que se le dio por chupar, se tomó sendas latas de cerveza en el vuelo,
como si estuviera en una fiesta de fin de año. Y claro, yo era la puerta que tenía que mover
para ir al baño a mear cada 2x3. Otra vez me tocó una señora de unos 65 años
muy pitucona, que me miraba juiciosamente cada vez que osaba poner el codo en
el descanso de brazos que nos separaba.
¿cómo no me toca una chica bonita
con la que conversar durante 12 horas sobre la insoportable levedad del ser y
la maravilla de conocer a alguien interesante de la manera más casual.
Pero seguro me iba a tocar un señor
pasado de postres que se sacaría los zapatos, olorizando el ambiente y
roncaría todo el vuelo.
Cuando llego al 21B, veo que hay una
chica de unos 30 años, bonita que me sonrió al verme.
Me quedé parado para confirmar
que ese era el gordito gracioso que me iba a acompañar durante mi vuelo. Confirmado,
esa chica era el gordo.
Le devuelvo la sonrisa con cara
de “how you doing” a lo Joey Tribbiani.
Era de Arequipa e iba a Barcelona
a reunirse con su novio quien estudiaba un Máster en Dirección de Marketing.
De rato en rato, me pasaba la
voz,
-Oye, pon esta película, esta
buenaza!
-Oye, acabo de escuchar esta
canción, te va a gustar
- Oye, me traje de contrabando
una bolsa de papitas, pero no te voy a invitar jojojo.
Nuestro avión aterrizó en
Barajas, y mientras la gente aplaudia, quedamos para ir a la puerta de embarque
hacia Barcelona. En el camino se nos unió otra chica, que estaba yendo a vivir
con su hermano.
Caminamos por la T4 mientras cada uno respectivamente llamaba a aquella persona especial para reportarle la regularidad del primer vuelo. Ellas 2 terminaron la conversación con un “nos vemos en un par de horas”. Yo terminé la mía con un “te prometo que nos vamos a volver a ver”.
Cuando llegamos a El Prat, sentí
que ahí se me acababa la compañía y a pesar que ya conocía el país, estaría
absolutamente solo en una ciudad en la que solo había estado antes unos 3 días
y de la cual me acordaba poco.
Sacamos las maletas, salimos de
la zona de embarque y ahí mismo se encontraron una con el novio, la otra con el
hermano.
- - Bueno, ya nos llamamos para cualquier cosa, voy
a buscar un taxi que me lleve al hotel.
- No espera, vamos todos en el Aerobus – dijo el
novio – Te deja en el centro.
- - Ya, pero es que me deja ciertamente lejos del
hotel y tengo par de prominentes maletas.
El bus llevaba a Plaza Cataluña y
yo tenía que ir a Aribau con Diagonal.
Llevaba un pequeño
canguro en el vientre debajo de la ropa con mi pasaporte y los euros que tenía
en efectivo. En la billetera dejé unos 100 euros, por si acaso.
Cuando llegué al hotel, después
del registro, lo primero que pedí fue la clave del wifi.
El cuarto era pequeño, el hotel
oscuro y no había nadie en mi piso. Era un poco tétrico. Abrí las maletas y
empecé a desempacar. Prendí la tele para que me acompañe el ruido y fui a la
ducha.
Mientras ordenaba mis pensamientos
sobre lo que se me venía, terminé la deliciosa ducha y luego bajé al supermercado que había al lado del hotel.
Compré agua y algo para comer. Eran como las 9 de la noche y todo era muy
oscuro.
Subí al cuarto, prendí la computadora
y me conecté.
-Ya llegué, le dije.
- Te extraño mucho, respondió.
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