domingo, 3 de marzo de 2019

Un día en el gimnasio


No me gustan las multitudes, por eso no me gusta cuando el gimnasio está lleno. Es que la sensación de no poder moverme a voluntad o sentir invadido mi espacio. Pero lo que más joroba, son los que van al gimnasio porque al parecer los botan de su casa.

Está el que va al gimnasio a ver Netflix el muy hijueputa. Se sienta en las máquinas a ver Luis Miguel el muy cabrón, ocupando sitio innecesariamente, totalmente desatendido de lo que sucede  a su alrededor, y cuando le pides la máquina, por estar con los audífonos y con la mente en la luna, se demora en darse cuenta que le estás hablando y luego te mira a una velocidad absurdamente lenta.

 No me jodas chaval, si te botan de tu casa, ándate al parque a ver Luis Miguel. Encima, en lugar de llevar su botella de agua, lleva su coca cola para acompañar el muy pendejo. Ya en esas, le faltará poco para ir al gimnasio con canchita y hot dog. Da ganas de ir por detrás, quitarle los audífonos rápidamente y gritarle : despierta!!

Se pegaría un salto hasta el techo. Pelao.

Luego está el disforzado, que grita como si se estuviera metiendo el polvo de su vida, pero sólo cuando hay féminas alrededor. Cuando pululan los calzoncillos, no hace mayor ruido. ¿En qué radicará la necesidad de llamar la atención de forma tan primitiva? “uhhhh, ahhhh, ohhhhh, siiii”, demuestras más estar aguantao que fuerte, campeón!


Luego está el reggaetonero. Chibolo de 18 años que llega al gimnasio a bailar. Como ahora la música corre por Bluetooth, engancha su celu al equipo y a escuchar a todo volumen, gritos de “mami te la como toda porque la tengo bien dura” Tio, está bien que te guste tu música, pero las orejas no son como los ojos, no podemos cerrarlas para evitar escuchar. Ya sabías que se inventaron los audífonos?

Luego están las tías cotorras que van a sentarse a las máquinas a conversar y a hacerse selfies. Me remito al caso del hombrecito con Netflix. 

Resultado de imagen para selfie gymLuego está la diosa, esa que va desentendida de su intensa belleza, sencilla y amigable, la que te hace sentir fuerte y motivado, que cuando se pone a hacer piernas da ganas de ir donde el pavo del Netflix a pedirle que arrime sitio y convide canchita para disfrutar el espectáculo. Si es que la vida es linda cuando quiere.

Mención especial para la empresaria. Señora hiper tierna de unos 75 años, dulce como buena abuelita. Se acerca a pedir permiso para utilizar máquina, luego directa te da su nombre, lo que por reciprocidad, principio básico de influencia, te obliga a darle el tuyo. ¿A qué te dedicas? Me dice con una sonrisa dulce y amable.

Soy consultor en liderazgo corporativo - le respondo.

Yo soy corredora – me dice.

De maratones? – le devuelvo torpe respuesta

Inmobiliaria, tontito – me corrige.

Le sonrio mientras en mi cabeza retumba la el recuerdo de mi abuela.

Toma mi tarjeta guapetón, cuando sepas de alguien que quiere vender, comprar, alquilar o lo que sea, me llamas, y te ganas tu comisión ah, jijijiji – me dice tan dulce.

En 5 minutos ya me hizo querer adoptarla.

Luego se va, tan dulce y agradable, a conversar con otro.

Tu como te llamas? – le pregunta.

Al rato veo que saca otra tarjeta mientras le dice “me llamas y cerramos”.

En 10 minutos la abuelita carismática ya había hecho negocio.

Y yo yendo al gimnasio por años, y nunca saqué nada.

Dulce abuelita del gimnasio, me enseñaste mucho,gracias!

Necesitas otro nieto?

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