Eran aproximadamente las 7:30 am
cuando la movilidad me dejó en la puerta del colegio. Desde la entrada hasta el
patio podrían ser unos 5 minutos caminando, así que empecé a correr con todas
mis fuerzas para llegar rápido.
No era porque quería estudiar o
algo, porque la verdad me interesaba muy poco.
Pasaba que aproximadamente a las
7:45 am ya deberíamos estar formados para rezar y cantar antes de entrar a
clases. Todos ahí bien rígidos como soldaditos sin respirar mucho y por
supuesto sin pestañear, porque nos caía un golpazo de parquet en la mano
inhábil, pues a la mano hábil le esperaban horas de apuntar y apuntar dictados
absurdos. Es que en esa época, al parecer, todavía no se enteraban de la
utilidad de los libros, razón aparente por la cual nos obligaban a apuntar
absolutamente todo.
Lo que sucedía entes de esa hora
era lo realmente importante: jugar
fulbito en el patio del colegio con una pelota de trapo llena de papeles.
Entonces, teníamos unos 7-8
minutos, desde que llegábamos a nuestro patio por la mañana hasta que
tuviéramos que estar todos formaditos. Esos minutos previos eran libertad
efervescente en un colegio marcadísimo por la disciplina.
Nos juntábamos con los amigos,
ahora hermanos de la vida, y jugábamos fulbito con toda la pasión posible. Esos
minutos de la mañana eran el primer tiempo del partido trascendental que se
realizaría durante todo el día. El recreo de las 10:30 am era el segundo tiempo
de 20 minutos y el recreo de la 1 pm,
era el tercer tiempo de unos 10 minutos. Ese era todo el tiempo que teníamos para
luchar con el cuchillo entre los dientes, para ser “campeón de fulbito del
día”.
Durante aquella mañana la pasión desbordaba nuestra energía, como si se tratara de los últimos
minutos de alguna final de un mundial. Sin llegar a tener sobrepeso, yo era
bien alimentadito y casi todo se me acumulaba en las piernas y en el derrier,
con lo que el pantalón del colegio, esos plomos de polystel que usaban todos
los colegios sin rasgos distintivos, me quedaba un poco apretadito.
En una jugada trascendental para
anotar un gol, a un goleador nato no se le puede pedir falta de ambición que evite lanzarse con todo a por un rebote, al estirar la pierna para empujar la
pelota hacia el arco que estaba en los bebederos de mayólica azul y meter otro
gol, el pantalón se rompió por todo el tiro, con lo que prácticamente me
quedaron 2 pantalones, uno para cada pierna, dejando todo lo demás bien
ventilado al aire libre.
Realicé un rápida evaluación de daños
y el resultado fue crudo: la rotura del pantalón me había dejado como novel
vedette que mostraba más de lo deseado.
En ese momento empecé a sentir
una inundación de sangre en la cara, aumento de ritmo cardiaco y sensación de
pequeñez extrema: terror.
Como siempre, intenté mantener la
postura e imagen de macho duro e inalterable, pero por dentro me estaba
cargando la chingada. Fui corriendo hasta mi mochila para sacar la cinta
adhesiva, ya que según la mentalidad de un niño de 9 años, con eso pegaría ambas partes del pantalón y arreglaría el
problema.
Corrí como alma que lleva el
diablo. Hasta que escuché el primer “JA”.
Eso me derrumbó, ya no había
marcha atrás. Empezaron los gritos que avisaban a toda voz de mi impúdica y
desvergonzada presencia.
No habían pasado ni 5 minutos y
ya tenía a medio colegio señalándome y riéndose muchísimo, que me hizo pasar de sentirme
el goleador de Perú en los mundiales, al gordito potón que se le rompía el
pantalón, rojo como un tomate, pegado a la pared para no pescar un resfrio.
A partir de ahí, empecé a depender de la opinión social, pero no me daba cuenta.
Muchos años después, habiéndome dado cuenta de ello, hago cosas que nunca pensé que era capaz de hacer, incluso a propósito, buscando el posible señalamiento social, para seguir enterrando ese anacrónico paradigma que nos hace creer que la forma en que nos sentimos está determinada por los pensamientos que se originan en la cabeza de otras personas.
Este paradigma es uno de los más poderosos autosaboteadores que apaga el brillo de la gente, mata sueños y realidades por crear, privan al mundo de la creatividad dormida y nos mantiene viviendo en modo fotocopia.
Y queda un largo camino, asi que intento cada que pueda, hacer algo que me daría roche.
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